jueves, 30 de agosto de 2012

Capitulo 1

Ojala todo fuera tan fácil como coger la tabla y lanzarte al mar a por la ola mas grande, abría menos complicaciones en mi vida y en la de los demás. Con ese sistema la gente se dejaría llevar por lo que le dice el corazón y no por la influencia de quienes le rodean. Pero para eso esta la vida, para enseñarte como caerte, para que te equivoques y aprendas de ello, para ser mejor persona. Por desgracia, la vida no tiene un manual de inscripciones, todo tiene su principio y su fin, al menos, para mí. No importa como empieza, quizás al principio tu mente esta llena de una espesa niebla, la cual no puedes darte cuenta hasta que todo termina, te aclaras poco a poco y esa niebla desaparece dejándote el camino visible, con las personas que te ayudaran siempre, esas que nunca te abandonaran. Y entonces solo tienes que seguir adelante, cogerte bien fuerte de esas personas y no soltarte jamas, ese, es como el secreto de la felicidad. Un modo de vida que por muchas complicaciones que tengas siempre, acabas con una sonrisa en tu rostro.

Me levanté de mi cama de muy buen humor, eran las siete de la mañana, lista para ese gran viaje que llevaba preparando durante meses y meses. Me acerque a el espejo donde se reflejaban todos esos cuadros de esas ciudades las cuales amaba; Londres, París, Escocia y no podía faltar New York. En todas avía estado, solo faltaba una, la cual tenía una pequeña foto en mi mesilla de noche, una que dejaba ver el precioso atardecer con surfistas navegando las olas que prácticamente lo hacían tan natural como el respirar. Sí, hablaba de la preciosa Australia, exactamente Esperance, en la costa del océano Indio. Al fin, me fije en mi aspecto, tenía el pelo mal peinado con una melena de pelo castaño largo hasta las costillas con unos ojos cafés, pero no unos ojos cafés normales; unos con una chispa de vida, con una chispa de esperanza, o resumiendo mejor, con chispa de vivir. Llevaba la blusa de mi hermano Mateo, siempre dormía con ella, pero por mucho tiempo que pasaba, su olor permanecía intacta en la blusa igual que en mi corazón. 

Mateo, se murió apenas ara tres meses, él no solo era mi hermano, era mi mejor amigo. Por muy extraño que suene nos llevábamos bien y lo hacíamos todo juntos. Lo echo de menos. Me quité la blusa sin quitar la vista al espejo admirando mi cuerpo en ropa interior, una lágrima recorrió mi mejilla y por un segundo me pareció ver a mi hermano detrás de mí, aguanté su mirada en el espejo, él me transmitía seguridad me hacía sentir bien conmigo misma. Me giré sabiendo que él no estaba ahí, y no me equivocaba, otra lágrima dio paso a las siguientes con mas intensidad. No podía más, me odiaba a mi misma, en realidad solo odiaba mi cuerpo. Jamás llegue a ser obesa, pero siempre he tenido unos quilos de más. En tres meses había conseguido perder ocho quilos, pero para mí era insuficiente, tenía que bajar de los sesenta, tenía que llegar por lo menos a pesar cincuenta y seis. Por mucho que me costara, lo necesitaba. Mis padres no sabían nada de mis pensamientos sobre mi peso, ellos pensaban que yo estaba conforme, que me aceptaba, pero solo mi hermano fue capaz de descubrir que detrás de esa sonrisa había algo más.

Deje la blusa, doblada en la maleta y revise que tuviera todo por décima vez, cerré la maleta y me vestí con mí short high waisted favorito, era de color tejano roto que combinaba a la perfección con mí crochet. Me cogí mi pulsera favorita y mi collar de búho extra-largo y un bolso estilo vintage en el que metí lo imprescindible para el vuelo; como el DNI, el pasaporte, el monedero con el dinero, el billete de avión, el móvil, el mp3 y un pequeño libro de mano. Por ultimo me coloque mis tacones negros y me acerque hacía la puerta. Suspiré y con un giro de muñeca abrí el pomo de la puerta, admirando mi habitación por última vez. 

Aquí dejo mi pasado; las risas, los llantos, las inseguridades, los secretos, los recuerdos. Todo quedara encerrado aquí, en estas cuatro paredes que me vieron crecer, en las cuales dí mis primeros pasos, mi primer beso. Las tardes encerrada en mi habitación, esas infinitas veces que mis lágrimas acababan en la almohada por culpa de algún sapo intentado ser mí príncipe. Solo dando un paso, creara un nuevo ser, diferente al anterior, uno que se querrá a si mismo, aceptando sus defectos, vivirá la vida al máximo y será feliz. 

Y con este pensamiento salí de mi habitación cerrando rápidamente la puerta. Me apoye en ella y me deje caer lentamente hasta sentarme mientras mis labios se curvaban creando la primera de muchas próximas sonrisas. Me levanté de un salto y baje las escaleras de dos en dos. Cogí una de las tostadas que había en la mesa y me senté al lado de mi padre, que me dio un beso en la frente seguido de unos buenos días. Mi madre me trajo un baso de leche caliente y provisiones para el avión. Me los guarde en el bolso con la intención de tirarlos cuando mis padres me perdieran de vista. Terminamos de desayunar y salimos al garage a por el coche familiar, era de un color negro precioso. Llegamos al aeropuerto, veinte minutos antes del vuelo. 

Así que embarque mi maleta y me senté juntó a mis padres en unas mesas de uno de los establecimientos del aeropuerto. Era la quinta vez que venía al aeropuerto, pero esta vez, me fije en los policías, habían un montón distribuidos por todo el edificio en grupos de cinco. Mi padre se acerco a preguntar y él solo le respondió que había un criminal suelto que intentaba salir del país, pero que no lo conseguiría.  Antes de que me pudiera contar nada, anunciaron mi vuelo hacía Esperance, así que rodee a mis padres y les dí dos besos a cada uno y me perdí en la multitud de la gente. Llegamos a las escaleras mecánicas y mientras subía vi el reflejo de mis padres abandonando la posición en la que les deje. Al fin, estaba sola, esa palabra me izo estremecer, era algo que estaba acostumbrada pesé a que no era muy buena haciendo amigas y siempre había sido una chica solitaria. Pero ahora era una nueva persona, así que eso tenía que cambiar.